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Bellini

 

En Cipriani sorprenden  muchas cosas. En principio la arquitectura, el lujo, las maderas preciosas que se utilizaron para darle vida  –importando para la labor ebanistas italianos-; la mantelería de lino; los vasitos de cristal grabado para el vino; la barra, los baños y su lujo extraordinario y la actitud de los meseros, los capitanes, y la gerencia: a veces rayando en lo petulante; a veces muy servicial; las veces tan distante y fría como un mesero mexicano no suele ser.

Dicen que la franquicia costó millones de dólares, el escenario otro tanto y mantener el nombre vale, cada mes. Pero mientras creemos o no en el “dicen”, el restaurante en miércoles está lleno de políticos, empresarios, jovenzuelos en fuga –a los que se les transparenta la plata- y señoras encopetadas que no tienen pudor en exclamar  desplomándose en la silla: “¡finalmente aquí!” –como si hubiesen llegado a la capilla sixtina-; mientras atisban hacia todos lados llenándose los ojos de Cipriani.

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Si observas, los detalles en cada cosa, han sido cuidados persiguiendo las rigurosas normas de la casa matriz en Venecia. En Cipriani no hay pobreza: no en el desfile de trapos caros y bolsas de diseñador que porta la fauna de comensales que a veces se acerca, con el alhajero montado en cada apéndice posible del rostro, dedos, muñecas y cuello; tampoco en los casimires que caen mostrando su calidad italiana “super 300s”. Y también llegan hípsters y gente que se vería mejor transitando en París o Nueva York con las garritas que se cargan, pero que aquí, en México, hasta en Masaryk se ven raritos. Como la micro-extra-micro minifalda que portaba una hermosa mujer de 1.80m, que no me dejó escuchar la explicación de la pasta que hacia mi mesero,y que, ante mi mirada ausente de la mesa, el pobre hubo de repetir. ¡Sorry!

Ya entrados en platos, el menú realmente parece familiar y muy largo. Platos bien planteados pero sin una ambición específica por innovar o crear tendencia. Preparaciones clásicas, productos importados, calidades: 35 entradas, 10 primeros (pasta y sopa), 10 segundos, 9 postres. El plato más caro es un mero con jitomate cherry, aceitunas y papa salteada de 1000 pesos (para  2p); y los más económicos alcanzan los 130 pesos, como la ensalada verde, o la de arúgula, cherry y parmesano. La lista de vinos es relativamente discreta en extensión, con diferencias sustanciales en la oferta. Hay un Petrus de 112,500p. y nosotros nos almorzamos un Bataciolo, Nebbiolo, muy adecuado -de 635p-.


Nuestro equipo ha visitado el sitio varias veces. La primera vez, me presenté al brunch a probar un Bellini, con la esperanza de ensayar el sabor auténtico que en una época saboreé a menudo en el Harrys de Venecia, pero, aunque él trago era sabroso, la diferencia de la fruta utilizada aquí, marcó distancias. Luego ataqué unos pochados con salsa holandesa de buenos, buenos resultados; café y punto. La cuenta rebasó los 400p.

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Nuestro oficio no es contar chiles, pero quienes hicieron las primeras incursiones, nos habían hablado tanto de los precios estratosféricos que se pagaban aquí, que en ésta, mi segunda incursión, la idea era llegar con un presupuesto lo más bajo posible, como para ver qué podías comer con lo mínimo; pero eso aquí es un ejercicio irreal. Terminamos pagando poco más de 2000 pesos, lo que representa un gasto normal en un restaurante de lujo –propina incluida- por los siguiente: (1) una pizza margarita (300p) delgadita como en el norte de Italia, con buen queso, crujiente y una salsa armónica, de tamaño poco menor al de un pizza hot mediana -muy buena-; (2) un carpaccio de res “alla Cipriani” escoltado por una ensaladilla verde (250p) de excelente textura y sabor: (3) un rigatoni “al Dente” –y lo entregan durito casi como en Italia- alla Bolognese (250) por el que regresaría aunque me dejó recuerdos toda la tarde; (4) bucatini “al Dente” all´Amatriciana bianca con queso pecorino (250) sometido a una salsa más americana que italiana, y sin embargo con un sabor a toda prueba.

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Regresamos un plato: el tagliolini bianchi gratinado, con jamón cocido. Fue por descuido atribuible a los meseros. Al ver la cámara empezaron a marcarnos tanto el paso que se adelantaron a traer las pastas, y cuando estas llegaron –que además incluían a esta joya de la casa- las regresé, porque aún no concluíamos la pizza yla ensalada y nos sentíamos presionados. Tal vez nuestra vestimenta no era cara y deseaban finalizar con nuestra visita rápido, o, quizá solamente deseaban quedar bien. Entonces hicimos regresar las pastas y cuando llegaron esta segunda vez, el tagliolini, cubierto de queso medio dorado, había sobrecocido la pasta que nadaba en salsa bechamel. El sabor era desafortunado, -innecesariamente ahumado, quemado, amargo- y el exceso de crema me hicieron dejar el plato. Cuando llegó el gerente expliqué el incidente y mi parecer sobre el plato. Entonces pedí el rigatoni que me dejó más allá de complacido. Se vieron bien en hacer el cambio, que además no cobraron.

Una botella de Batasiolo, un moka cake –de excelentes consecuencias- y café cerraron la incursión = 2’110p. Si hubiésemos sustituido una pasta por una carne o un pescado, y adicionado cuatro tragos de entrada y salida -2 y 2- la cuenta hubiese engordado otros 2’200p.

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¿Qué si volvería a Cipriani? Sí, pero manteniendo el mismo presupuesto que en esta ocasión: ¿razones? Sucede que alrededor hay otros sitios que nos dan resultados de satisfacción similar o superior, por el mismo costo o menos. Claro, si su problema no es de presupuesto, van a comer muy rico y a beber muy bien; es claro que nosotros no somos el cliente ideal para estos comedores. En Cipriani se importan muchos productos de Italia, incluyendo un branzino –dicen- que llega todos los días, parmesano y otras cosas. A la salida del restaurante venden sus pastas y algunas salsas. Buena experiencia.

Masaryk 311 .  T. 8526 1595