El periodismo enogastronómico de hoy, parece institucionalmente circunscrito al “valor”, si realmente lo tiene, de un twit. El oficio del periodista ha sido rebasado, reciclado y esclavizado por el uso intensivo , tal vez “ad nauseam”, del celular y sus ventrículos escupe frases.
Porque decir algo breve e inteligente, que tenga un largo no mayor a 140 caracteres, realmente exige una exactitud perversa; un dominio de lenguaje excelso y una enorme capacidad para vomitar sabiduría en pocas palabras. Si bien, cuando asistes a la escuela de periodismo, eso mismo te enseñan, ubicados en una mesa, salpicados de comentarios fatuos para demostrar presencia; egos encontrados tramando el próximo movimiento o la siguiente sonrisa; envidias lacerantes manifestadas con rostro ameno; carreritas para ver quién es el más fregón; actitudes prepotentes enfundadas en sacos raídos o satines baratos; ignorancia desatada e instalada en una vorágine virtual cuyo mayor logro es un ritwit y otro, encadenado a otros, los de los que participan, para así lograr miles de impactos por noche y demostrar existencia, valor, y moda; la posición de un informador se vuelve ilusa y elocuentemente fútil
El frívolo ejercicio de asistir a una cena de estreno de menú de temporada, o un encuentro enológico, se torna en una cumbre de actitudes, más o menos republicanas para comentar en twitter lo que ofrece un vino o un plato. El evento para mi es tenso porque significa sacar una foto, comprometer tu lengua, escuchar a quien expone, eludir la estupidez de algún compañero y luego tomar foto, degustar y escupir lo vivido en un twit que salpique a todos los de ahí para crear un enjambre de “credibilidad” que repique en el “top of mind de la gente”. Claro, y lograr, como resultado, que otros vengan a dejar plata a las mesas o compren los vinos, porque “lo vi en un twit, dicen que es buenísimo”.
He visto compañeros que no han probado ni un “sip” de vino, ni un primer “chunk” de algún platillo, pero ya señalan a la cena como espectacular y espléndida; y a los vinos como “vinazos”. Y como lo más fácil es atacar con superlativos, los twits se llenan de alabanzas, moldeadas de una forma barata y a veces lastimera, en donde la odontología o la ortografía dan exactamente lo mismo, porque ninguna se sigue con celo.
Los “twiteros”, como ahora te clasifican, somos una casta barata, pero necesaria. Te llaman por el número de seguidores que tengas, no por la esencia de lo que digas. Te contactan con un twit que dice: “twiteros de enogastronomía, manifiéstense”, y hay algunas decenas, organizadas en enjambres, dispuestas a acudir. ¿Y a qué van? A comer bien, twitear que todo está bien; todo es perfecto; todo es yummi; todo es espectacular, y así seguir engordando la cuenta de seguidores, para que te sigan llamando y algún día generes lana de todo esto.
Por eso todos los días surgen twiteros del tema, porque lo que buscan viene gratis, lograr notoriedad, y de paso ejercer el hobby favorito: tragar. Ante tal panorama el mundo sensato del periodismo enogastronómico, podría decretarse: ha muerto.
Alguien me pregunta: ¿y cuál crees que sea el futuro del periodismo y este mundo de redes sociales vinculada a la gastronomía? No sé contesté. Su función no puede destilarse para que sólo lo bueno prospere en redes; pero la afluencia de nuevos “runners” satura las redes de autocomplacencias, y en este sentido el valor periodístico, es casi ínfimo. No sé, finalicé, es doloroso pensarlo.
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