Foto: The Japan Times, Robbie Swinnerton
Que haya ganado una estrella este sitio equivale a que le otorgaran otra a Los Panchos, por ejemplo, aunque Los Panchos debe tener el doble o triple de espacio y mesas, lo que Japanese Soba Noodles Tsuta no posee.
Según Robbie Swinnerton, del Japan Times, se trata del mejor ramen de Tokio, y destaca entre más de 5000 casas del plato, tan popular como los tacos para México. La gente se formaba en la calle para entrar, no importando el clima, antes de recibir la estrella. Abre a las 4 de la tarde y lo que destaca, según Swinnerton, es la asombrosa calidad y el sabor de estos potajes ensamblados con caldos de mar y pollo. Esta situada en los suburbios de la capital japonesa, y de bonito, no tiene nada.
Sus noodle se “fabrican” con cuatro tipos de trigo. Se trata de una sopa de soya sazonada con toppings y otros condimentos de la casa. Todo natural, eso sí.
Justin McCurry de The Guardian, tuvo que hacer cola por 90 minutos antes de entrar y tomar esta espantosa foto, que se ve ejercitada en la penumbra, ante las luces amarillas del lugar, en mesas comunales de las de codo a codo.
Aquí pides los noodles y tienes que agregarle la carne aparte y lo que quieras “echarle” al gusto. Parte del rito, dice McCurry, es la “sorbida” de los ramen, que, aunque hasta a un mexicano podría molestarle, para los japs, simplemente no es negociable. No pagas más de 120 pesos, para una comida completa, no es tan barato aquí, cuando todavía encuentras fondas en el centro donde pagas menos de la mitad.
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Swinnerton dice que la estrella que recibió esta “noodlería” “es un hecho que muestra que la calidad de un platillo barato, usualmente destinado a llenar los estómagos de estudiantes y trabajadores, merece ser reconocida por su aporte artesanal, el cual establece sabor y balance perfectos a la boca, entre los fideos, la carne y los añadidos; un resultado tan importante para ellos como para cualquier otro chef.
15 minutos después de haber entrado, McCurry salió de Tsuta, y se encontró al chef del lugar, diciendo a la gente que se formaba bajo la lluvia, casi todos almas solas y silenciosas, que el tiempo de espera para entrar sería de dos o tres horas más. “Nadie”, dice, “se movió, ni dijo nada”
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