El mínimo de exigencia que uno puede solicitar en un restaurante es que tenga sazón.  Regresamos a Mexsi Bocu luego de una desventurada visita hace meses. El lugar tiene su encanto, y se descubre más a medida que te vuelves fiel del comedor. Si vas por un trago, la terraza, y la media luz te mantienen cómodo; armaron un concepto que culinariamente coquetea con los sabores de cantina, pero también con los de un bistro. La propuesta es genial, pero, con todo, creo que pasa por un momento extraño, de ajustes, porque otra vez no nos fue bien.

Eran casi las dos de la tarde y apenas un número igual de mesas se dibujada en la terraza. Elegí un sitio, pedí agua, pero al mesero no le gustó que fuera de aquella que, por ley, ofreció Mancera. -Es de filtro-, dijo, pero parecía de la calle. Terminé comprando una botella. El mesero se fue y no volvió a ofrecerme NADA de beber.

mexsi-tosta

Un tartine de queso de cabra para empezar –que originalmente se define como media baguette con algo encima, y que evolucionó a ser un pedazo de pan cualquiera con top-   más bien parecía una costra de pan campesino con dos croutones de queso empanizado colocados sobre una cama de arúgula bañada en balsámico. Si la partías con el cuchillo, se deshacía, si la tomabas con las manos te enmielabas. Con la hierba despeinada impidiendo atacar el pan directamente, el balsámico se te pega a la nariz.  Demasiado balsámico y un queso que no mostraba aptitudes -con la acidez extinguida y medio empanizada- mataban cualquier intento de oponerse al sabor invasivo del balsámico. Mal plato en verdad.

MEXSI tostada.jpg

Cinco tostaditas con un grosor perfecto para que truene y buen sabor salvaban un atún enmudecido por un marinado previo en cítricos (y ¿soya?) que ganaba al avanzar pero no destacaba aún puesto en ese piso de mayonesa chipotloza. Rico, pero no repetible realmente.

Al llegar a los segundos tuve que llamar al gerente para preguntarle si había algo de beber ahí, además de agua. Se lo dije visiblemente molesto, aunque sin perder el rango de amabilidad, y me mandó de inmediato una copa de vino, de una botella que abrieron frente a la mesa –como se espera-.

Ordené una crema de calabaza que se posó en el plato muy elegante. La primera paletada me dejó sorprendido. Sabores con cierta pulcritud que no alcanzaban a destacar porque no tenían sal. Era evidente que a esta cocina, por lo menos en ese momento –como el de hacía meses- le faltaba sazón, sin duda. Una pena porque esa crema carece de cuidado, de detalle, de cariño y no estaba tan mal. La regresé porque si le pones sal en la mesa no sazonas, apaciguas la carencia, pero el chef únicamente la saló  y me la regresó sin que los granos se hubieran fundido. Le ha de haber caído como patada de mula mi idea. Mal plan.

mexsi-short-rib

Un short rib al vino tinto con una salsa inconclusa, delgada, frágil, sin pena ni gloria; no tenía temple, ese que esperas en un plato tan tradicional, y, para mi mayor asombro: también sin sal. La carne fue entregada al punto exacto pero padecía la falta de sazón. Rica hasta cierto punto, pero uno no sale a gastar una plata a un sitio a comer x, sino muy rico. Nuevamente falta de cuidado. Otra vez lo devolví. Esta vez mejoró, pero no era suculento.

Le expliqué al gerente todos los errores que se dieron a la mesa, desde que olvidaron calzarla , hasta la molestia del mesero cuando pedí agua natural; su inimaginable error al no ofrecerme algo de beber después –hubiese comprado una botella- , los errores de cada plato y la falta gerencial por dejar pasar todo eso. Sí, al final le eché la culpa a él y al chef.

El gerente me pidió invitarme la cuenta y me negué. Se aferró a ello y yo a mi posición. No visitamos restaurantes para que nos inviten y hablar bien de ellos (de eso está lleno twitter); hacemos crítica y parte del ejercicio tiene que ver con cubrir el costo de la cuenta. Él, amablemente me suplico que aceptara el obsequio. “Pero voy a publicar la experiencia tal y como pasó” –dije- “y me parecerá muy ruin de mi parte hablar mal –de alguna forma- del sitio. Insistió, aclaré y advertí, y nos estrechamos la mano antes de que partiera del restaurante. Al salir me encontré a Hiroshi de Zoku. Y me preguntó: “vienes con nosotros”. Le dí un abrazo y le contesté: “hoy no, vine aquí –a Mexsi- , pero creo no volver a cometer el error”.

Durango  359
Roma Norte
T. 55 3099 4920