Tranquilos, las estrellas no abandonaron la carta. Ni los esquites, ni la sopa de fideo seco cercada por láminas de aguacate, o las enchiladas de mole, tan bien presentadas. Pero La Capital ha insertado diez platos, por lo menos, en su nuevo menú, los que cubren todos los caprichos que un gourmand podría desear.
Iniciando con un ceviche de callo Catarina (de Puerto Peñazco, Sonora) que está bien nutrido de acidez, misma que se mezcla con una persistencia aceitosa de grandes talentos y que impregna una ración de salicornia y pistaches para oblígate a finiquitar el plato a la brevedad. De 10.
La tártara de atún se presenta en taquito, hecho de láminas delgadísimas de aguacate y bien condimentado con soya, cebollín y ajonjolí. Lo acompaña un manto de polvo de chicharrón y mayonesa de chipotle. Este caneloni es un plato de los más fino y sedoso.
Se inaugura una sección nueva con tostadas de pata en escabeche con ninguna otra cosa nueva más que la calidad de toda la preparación y que la tortilla aguanta el remojo y el empuje. Es decir no se quiebra a la primera y la montaña de pata, lechuga, crema y queso, resulta una delicia.
La ensalada de pollo parece que se sale del contexto típico de una cantina, incluso de una urbana como esta. El mézclum se nutre con pollo bien aderezado, nuez de la india y durazno, además de una vinagreta de limón. Te la acabas porque es buenísima y resulta un plato inesperado en el lugar.
Curry de mariscos. Una sofisticación en toda la regla que le da un vuelco al menú. La crema suave permite que el sabor del marisco destaque y se acompaña de arroz gohan, otro atrevimiento del chef con buenas consecuencias en boca.
El atún en costra de mostaza antigua servido con espinacas a la mantequilla y un puré de papa, simplemente se adapta a la necesidad de un pescado simple pero bien acompañado y sus sabores se agradecen.
Pescado Tikin Xic. Al carbón, “madurado” con axiote y plátano macho y servido con una colección de jitomate heirloom, cebolla, cilantro, frijoles de la olla y arroz a la mexicana. Pide las tortillas porque este plato te lo vas a acabar y no lo vas a compartir. Espléndido.
Los ravioles rellenos de porcini cubren una solicitud añeja en las cantinas, la inserción de pasta fresca en un contexto ajeno a la cultura de estos lugares, pero que aquí se acicala bien y deja espacio para lo demás. Puede compartirse, vale la pena.
Hay dos postres nuevos. Una gelatina de manzanilla servida con durazno y polvo de almendra a la que vale la pena llegar porque sus sabores son eternos. Del otro lado una versión de un pastel de zanahoria con toques cítricos acompañado de un helado endemoniadamente suculento.
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